Capítulo
11
Resaca
Seki bajó de dos en dos las escaleras, sonriendo, sin que
se le pasase por la mente que su padre pudiese haber escuchado lo
que había gritado la noche anterior. Se detuvo antes de entrar
por si aún tenía pacientes. Por una vez no había
querido molestarlo mientras trabajaba. Pero al no escuchar nada
dentro, abrió la puerta, saltando y guindándosele
del cuello. – Me siento enfermo, sensei... – bromeó,
sonriendo aún.
–Lo siento, aquí no atendemos problemas psiquiátricos.
– el moreno le dio unas palmaditas en la espalda y lo sentó
sobre la camilla antes de seguir a lo que estaba. Reorganizando
los papeles de los pacientes. – Esto es desastroso, ni siquiera
apuntaba qué tratamiento estaba dándole a cada paciente.
Maldita sea…– soltó el cigarro al notar que se
quemaba el dedo por culpa de estar sujetando la colilla sin fumar
durante largo rato.
– Hum... ¿dormiste bien, papá? – le preguntó
notándolo más gruñón que de costumbre
pero claro, eso le hacía gracia.
– No mucho, ayer bebí… más que demasiado…–
se apoyó con una mano en la sien, mirando los papeles y pensando
en lo sucedido además de en las migrañas que no acababan
de pasársele.
– Creo que necesitas zumo de naranja... eso ayuda, ¿sabes?
– sonrió, casi canturreando como si aquello no fuera
molesto para alguien con resaca. – Ah... Los doctores de hoy
en día no saben nada útil.
– Calla y tráeme un zumo, experto. – frunció
el ceño, echándolo con un movimiento de mano, pasándosele
por la cabeza por un momento comentarle lo sucedido y desechándolo
al segundo. –Y por cierto que muy bonita la declaración
de anoche…– murmuró subiéndose las gafas.
Seki se rió, enrojeciendo un poco. – No escuches conversaciones
ajenas... – se alejó, corriendo a buscarle el zumo
a su padre preguntándose si el padre de Goro lo habría
escuchado también. Tampoco le importaba demasiado, no era
ninguna mentira.
– Vaya cosas de gritar por las ventanas… ¿Es
que no tienes vergüenza? ¿No ves que ahora todos los
vecinos sabrán que eres homosexual? Es que no tienes cabeza
ninguna. – renegó.
– ¿Y por qué me va a importar eso? Lo soy...
– contestó, entregándole el zumo y sonriendo
un poco después. – ¿Crees que les moleste?
– Es probable. ¿No crees?– suspiró, mirándolo
a los ojos y bebiendo un poco. –Estás en un pueblo
por si no lo recuerdas… y eso como si no les molestase en
la ciudad también. Ya te va siendo hora de tener dos dedos
de frente.
– Sí, porque ser sincero con lo que eres es muy estúpido,
sin duda... – suspiró, desviando la mirada y girándose.
– Me voy a mi cuarto que estás muy ocupado. –
se excusó, sacando su móvil mientras subía
las escaleras.
....................
– Tengo hambre…– murmuró Goro que acababa
de entrar en la cocina aún con los shorts de dormir y revolviéndose
el cabello despeinado con cara de estar más dormido que despierto.
Se acercó a su padre y se colgó de su espalda cerrando
los ojos de nuevo.
– Te hice pancakes... y puedo hacerte huevo si quieres...
– suspiró, pensando que estaba sobre compensando, lo
sabía, pero se sentía extraño luego de lo sucedido.
¿Cómo había podido dejarse llevar así?
– Vale… – sonrió soltándolo y bebiendo
del grifo, observando la cara que tenía mientras se lavaba
la cara con agua para despertarse – ¿Estas enfadado?–
preguntó, de pronto temiéndose que fuera por lo de
ayer por la noche. – Es que tienes una cara…
– ¿Eh? – lo miró preocupado, tocándose
el rostro y negando con la cabeza. – No, no estoy enfadado,
¿por qué? Sólo cansado...
– Ah… ya, será por el pedal que te cogiste ayer…–
se rió apoyándose en la encimera con las manos y sentándose
encima, observándolo de todos modos. –Ayer Seki me
gritó por la ventana que le gustaba…– sonrió
enrojeciendo y pegándole pataditas a la mesa de la cocina
con un pie.
Atsushi sonrió sin poder evitarlo, meneando la cabeza. –
Ese chico no sabe nada de límites, ¿verdad? –
sacó un plato sirviéndole a su hijo y apartándole
una silla. – Come...
– Voy…– se rió, sentándose en la
silla que le había apartado y empezando a comer. –
A mí me gusta que sea así… yo le dibujé
un corazón y se lo mostré por la ventana…
– Mi hijo también es muy tierno... – sonrió
un poco más alborotándole el cabello con cariño,
a decir verdad, un poco preocupado pero no quería arruinarle
su felicidad. Sólo porque él anduviera por allí
haciendo estupideces, su hijo no tenía por qué pagar.
Se sentó también, apoyando su frente en una mano,
no tenía idea de cómo iba a mirar al doctor a la cara
ahora. No quería ni salir de casa y eso que ya era tarde.
– ¿Pero qué pasa, papá?– Goro
lo miró preocupado, algo andaba mal. Eso estaba claro, lo
conocía lo suficiente para saber algo así. –
Si te encuentras mal deberías ir a ver al médico…
– ¡No! No... – protestó, apretándose
un poco el cabello porque su propio grito no lo había ayudado
mucho con la jaqueca. – Lo siento, Goro... No, es sólo
resaca. No hay necesidad de tanto. Tal vez... No, pero no puedo...
– Papá…– insistió Goro. –
Estás muy raro, dime que te pasa ya. Yo siempre te digo lo
que me pasa…
Atsushi miró a su hijo planteándoselo en serio. ¿En
quien más podía confiar? – No, no puedo... Goro...
En este momento me gustaría mucho que tu madre estuviera
aquí.
– Pues vale… No confíes en mí, confía
en ella que nos abandonó. –Goro hizo ademán
de levantarse y se quedó sentado igual, sólo porque
su padre le daba pena. Pero ahora ya no quería ir a comer
con Seki.
– No fue así, te lo he dicho antes... – Atsushi
suspiró pensando que era un pésimo padre. Tal vez
por eso lo asustaba tanto el ir a la ciudad. Todo era más
fácil en el pueblo. Se rindió, bajando la cabeza.
– Hice algo estúpido anoche, es todo...
Goro lo miró atentamente y se rascó el cuello. –
¿Los dos o sólo tú?
– No lo sé... lo besé y él... me siguió
el juego pero creo que sólo estaba ebrio. – contestó
sin entrar en más detalles. No iba a contarle eso a su hijo.
– Papá… El alcohol no vuelve gays a las personas.
– se quejó el moreno.
– No, pero sí las hace cometer tonterías, hijo...
– suspiró, negando con la cabeza. – Y hay quienes
sólo sienten curiosidad. Tú ¿has besado a alguna
chica? ¿Por ver cómo se sentía?
– Pues ya sabes que sí… pero también
fue porque me estaban presionando, porque sabía que no iba
a conocer a ningún chico gay aquí… y porque
soy adolescente. Pero el doctor ya ha besado mucho…–
Movió su vaso de leche con el rostro pensativo. –De
todos modos no le seguí el rollo a la chica, paré,
no me gustaba nada.
– Ya... pero tú eres diferente. Y no creo que haya...
besado a ningún otro hombre. – suspiró, más
bien pensando que él tampoco había hecho aquello con
otro hombre hasta la noche anterior.
– Bueno… pues ya lo hizo y tú no lo sabes, a
lo mejor le gustó y por eso siguió. – Se tocó
un labio, bebiéndose la leche y echándose más.
–Por ejemplo, en Internet hay mucha gente que lleva años
casada y de pronto se da cuenta de que es homosexual. Es normal,
no pasa nada… O incluso gente que es heterosexual… pero
de pronto se enamoran de un hombre, y es el único hombre
del mundo que les gusta…– Bebió un poco más
y lo miró a los ojos. – Lo importante es… ¿Te
gusta a ti?
Atsushi lo miró, primero sorprendido y luego sonriendo un
poco. ¿Qué estaba haciendo hablando de eso con su
hijo? Y aún seguía, pero... – Claro que sí,
yo no voy besando a cualquier hombre... Pero no puedo mirarlo a
los ojos ahora porque si se arrepintió... lo más probable
es que él tampoco quiera verme.
– Pues no lo sabes… ¿Y si él también
está asustado? Asustado de ser homosexual, de lo que eso
pueda cambiar su vida, de enamorarse de nuevo tras su divorcio,
de poder fracasar otra vez… Hay tantas cosas… Si te
gusta no puedes quedarte de brazos cruzados. Yo no lo hago y mira,
me dijo que le gusto…– trató de aguantarse la
sonrisa pero finalmente no pudo.
– ¿Cómo es que eres tan inteligente? –
le haló un cachete sonriendo, orgulloso de su hijo. –
Supongo que soy un idiota, por eso nunca hago nada...
– Ay… porque soy tu hijo…– se rió
y le besó la mejilla. – No eres idiota lo que pasa
es que yo navego demasiado por Internet y leo cosas en los foros…–
se rió.
– Oh, pues me alegro de haberla puesto entonces... –
se rió, recordando lo que le había costado a Goro
convencerlo. – Supongo que debería ir a hablar con
él... pero tendrá que ser luego cuando haya salido
del trabajo. No quiero interrumpirlo...
– ¡Así se habla, papá!– Goro le
dio coraje a su padre, sonriendo y escuchando que llamaban a la
puerta. – ¡Es Seki, abre! ¡Voy a vestirme! –
se pasó la mano por el pelo percatándose de que aún
andaba con el cabello revuelto y en shorts. Corriendo escaleras
arriba. – ¡Pero que no suba!
– Vale... No lo iba a permitir de todas maneras. –
le sonrió a su hijo recordando súbitamente que seguía
siendo un crío y poniéndose de pie para ir a abrir
la puerta. – Buenos... – las palabras se le congelaron
en los labios al ver de quien se trataba. Se quedó allí,
sin saber qué decir por la sorpresa.
– ¿Días?– le completó el moreno,
preguntándose si podía pasar y haciéndole una
seña con la cabeza.
– Sí, sí, claro... Pase...– se hizo a
un lado nervioso sin percatarse de que le estaba hablando de usted.
Claro, no tenía idea de cómo comportarse.
– Hum…– el doctor entró y se giró
para mirarlo a los ojos. – ¿Volvemos a ser desconocidos?
– No... No, estoy nervioso – se rió, acariciándose
la nuca, tratando de relajarse. – ¿Quieres algo de
comer? Hice demasiado desayuno...
– Sí, no he desayunado, sólo un zumo de naranja
que me trajo mi hijo…– sonrió levemente y lo
siguió a la cocina. Era irreal pensar que había estado
tocando “de ese modo” a ese hombre que estaba delante
de él. Irreal pero sólo de acordarse…
Atsushi le sirvió el desayuno en un plato, poniéndolo
en el microondas para calentarlo mientras le servía una taza
de café. Los colocó delante de él, todo eso
en silencio, planteándose la mejor manera de empezar pero
todo le sonaba espantoso. – ¿Qué...? ¿No
está abierta la clínica?... – preguntó
por fin, inmediatamente queriendo patearse por lo mal que había
salido la pregunta.
– Sí… pero es la una y media, es a la hora que
cierro por las mañanas, después de todo… esto
es un pueblo…– se levantó y apagó el cigarro
en el fregadero, tirando la colilla a la basura y sentándose
de nuevo. – ¿Tienes miel?– preguntó mirando
las tortitas y luego a Atsushi.
– Sí... un momento... – se rió, pensando
que se le había hecho tarde a él con tanta preocupación.
Lo bueno de ser un relojero era que nadie te necesitaba con urgencia,
sólo Kitamura-san pero era un viejo gruñón
y nadie le hacía caso. Le colocó la miel delante,
sirviéndose un poco de café él también
y sentándose frente al médico, observándolo.
El moreno se metió la comida en la boca, observándolo
también. – Está muy bueno. – le informó,
sincero. Con esa cara parecía que estaba esperando un veredicto.
– ¿Qué?... – se giró al escuchar
que Goro bajaba corriendo por las escaleras.
El chico se asomó primero animadamente y luego sintiendo
el ambiente tenso de la cocina. – Bueno… me voy…–
dijo casi susurrando como para que no le tuviesen en cuenta y sin
atreverse a entrar a besar a su padre.
Atsushi se puso de pie, yendo a donde su hijo para besarlo él.
– No regreses muy tarde... – le advirtió, abrazándolo
un poco como para que le diera fuerzas.
Goro lo abrazó con fuerza y lo besó otra vez. Mirando
al hombre que seguía comiendo como si nada. – Vale…
“y tú tranquilo”– le pidió, separándose
un poco y sonriéndole mientras salía.
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