Capítulo 40
Love what You Do, Do what You Love
El pelirrojo lo guió por las escaleras, sonriendo,
entrando en aquella habitación pequeña y algo impersonal a donde
llevaba a sus clientes. Se giró, observándolo y pensando que al
menos era atractivo, no se parecía en nada a la clase de hombres
que solían acercársele. – ¿Quieres que me duche primero? – le
preguntó por si acaso.
–¿Te has acostado con alguien desde la última vez
que te duchaste?– preguntó mirando su cuarto. No solía ir a casa
de los chicos… ni siquiera acostarse con chicos que no trabajaban
en un sitio fijo… pero… estaba bueno y él caliente.
– No, pero no tienes por qué creerme... – se rió,
acercándose y colocando sus manos sobre el pecho del moreno, mirándolo
a los ojos. – Dime, ¿qué prefieres?
– Te creo – lo miró a los ojos y se quitó el abrigo,
tirándolo en una silla y sacándose la chaqueta del traje, sujetándolo
por la nuca. –Dime… ¿Qué es lo que no haces? Te pagaré lo que
quieras…
– No beso... Y preferiría que no me doliera... –
se rió, como si se tratase de una broma.
– No deberías mirarme así si no vas a dejar que
te bese…y no voy a hacerte daño…– sonrió quitándose el chaleco
y la corbata sin dejar de observarlo. Era gracioso el chico… riéndose
de que pudiera hacerle daño. –¿Vas a hacerlo vestido?
– A algunos no les gusta que me quite la ropa tan
rápido... – le aclaró, sacándose la camiseta, y empezando a desabrocharse
los pantalones, bajándolos con suavidad por sus caderas. No llevaba
ropa interior.
– Pero yo soy un hombre ocupado – se quitó la camisa
observándolo y lo sujetó en brazos, lamiéndole la garganta y mordiéndole
el cuello con suavidad, oliendo su piel. No pesaba nada… era agradable…
y olía muy bien… Lo alzó un poco más con los brazos, lamiéndole
el abdomen y arrastrando la lengua por su sexo.
El chico gimió con suavidad, dejándose hacer. No
llegaban muchos que lo trataran así, después de todo. – ¿Deseas...
que me corra también? – le preguntó, ya que aún estaba a tiempo
de prevenir.
– Sólo si tienes ganas…– lo dejó sobre la cama y
sujetó su sexo con aquella mano fuerte de piel morena, apretándolo,
masajeándolo con suavidad y firmeza, observando el cabello rojo
del chico rozándose contra las sábanas. –Eres guapo… ¿hace cuanto
te dedicas a esto?– lo miró a los ojos sin dejar de acariciarlo.
– Nh... ah... hace.... mucho... – sonrió, pensando
que “demasiado” era más acertado, pero era lo único que sabía
hacer. Alzó una mano tocando su mejilla, y bajándola por el pecho
fuerte del moreno, abriendo más las piernas.
– ¿Cuántos años tienes? M da igual si no eres mayor
– le aseguró, abriéndose el pantalón y bajándose un poco la ropa
interior, sujetando su mano y apoyándola sobre su sexo caliente
y ya erguido, haciéndolo recorrer el grosor con sus dedos. Echándose
un poco hacia atrás, acuclillado, dejándolo hacer.
– Diecinueve, no tienes que preocuparte por eso
– le sonrió, acariciando el sexo del moreno, sus dedos trabajando
diligentemente sobre la cálida piel. Se sentó, deslizándolos hacia
sus testículos, mientras su lengua se encargaba de retomar el
sexo, lamiendo y succionando, alternando sus movimientos.
Murakami inclinó un poco la cara, observándolo y
apartándole el cabello del rostro, sujetándolo entre los dedos
y soltándolo. Tenía unos rasgos muy delicados y sus labios enrojecían
según frotaban su sexo cada vez más inflamado. Lo sujetó contra
él, arrodillándose para desnudarse sin dejar de sentir cómo su
lengua recorría su sexo, empapándolo cada vez más, la saliva resbalando
por sus testículos entre los dedos del chico. Se inclinó hacia
delante, acariciándole la espalda y sujetándole las nalgas con
una mano, moviéndose un poco en su boca mientras sus dedos entraban
en su cuerpo. – Deberías estar en un local… Lo que haces… es peligroso…–
jadeó entre dientes. – Eres muy bueno…
El chico sonrió contra su sexo sin dejar de succionarlo,
metiéndolo un poco más en su boca. Ya sabía que era peligroso,
la vida entera era peligrosa. Aún así, no iban a contratarlo en
un local. No era tan fino como para eso. Apretó las nalgas como
atrapando sus dedos y alzándolas un poco, mirándolo desde aquella
posición.
El moreno sonrió también, contagiado, sintiendo
la presión en sus dedos y moviéndolos con fuerza, tanto como le
permitía el abrazo de su cuerpo. Estaba muy caliente… muy mojado…
Lo sujetó por los hombros, recostándolo en la cama y lamiendo
su sexo de nuevo, succionándolo mientras sus dedos volvían a internarse
en su cuerpo.
– Mh... ah... – Toru entrecerró los ojos por un
momento, por un segundo pensando en Hayabusa-san. ¿Sería así?
Fuerte pero considerado... Sonrió, abriendo los ojos de nuevo
y observando al moreno, sus manos acariciando su cabello, mientras
arqueaba un poco su espalda, sintiendo cómo lo sujetaba por los
hombros. Casi sentía como si le estuviera haciendo el amor.
Murakami deslizó la lengua por su sexo, lamiendo
su abdomen y alrededor de su ombligo, subiendo por su costado
y oliendo su piel de nuevo con fuerza. Le acarició los brazos
con las manos, observando sus ojos y volteándolo despacio. Sus
manos acariciándole la espalda con firmeza, sujetando sus caderas
finas y alzándolas a la altura de su sexo. Se apoyó entre sus
nalgas, apretando su sexo y frotándose contra su ano sin penetrarlo,
escuchando sus jadeos, lamiéndose un labio, apretando sus nalgas
para abrazar mejor aquella carne inflamada mientras tomaba un
preservativo, abriendo la funda con los dientes y dejando resbalar
el látex por su sexo. –¿Con? – volvió a bajar la mano entre sus
piernas, ordeñando el sexo del chico hacia abajo y rozándolo contra
las sábanas.
– Con... – asintió el chico sólo porque era consciente
del peligro. No lo conocía de nada, por más bien que lo estuviera
tratando. – No confíes... en cualquierah... – bromeó, jadeando,
y sujetándose a las sábanas con las manos, su sexo pulsando caliente
mientras se rozaba.
– Me gustan los riesgos…– sonrió levemente, observándolo,
era muy sensual en sus movimientos. No había pensado hacerlo sin…
Quería ver cómo le negaba sin resultar desagradable, pero lo había
hecho sonreír... Le sujetó las caderas de nuevo, empujándose por
completo en su interior y empujándolo hacia delante en la cama,
recostándose un poco por encima de él y aguantándose en un brazo
mientras su otra mano lo aplastaba contra las sábanas con fuerza.
Apretando una de sus nalgas e inclinando la cabeza para lamerle
la nuca. Jadeando contra su piel.
El chico también jadeaba, estremeciéndose, hacía
mucho que no disfrutaba así de un polvo. Sonrió, pensando que
era idiota, y cerrando los ojos. – Eres... fuerte... – jadeó,
llevado por los movimientos del moreno contra su cuerpo.
– Voy… al gimnasio…– se rió, respirando con fuerza
en su espalda. Lamiendo el sudor que empezaba a perlarla. Bajó
ambas manos, sujetándole las piernas con fuerza, haciéndolo doblar
las rodillas, juntándoselas y rozando sus testículos contra las
plantas de sus pies. – Trae las manos… quiero tocarlas…
Toru extendió sus manos hacia él, sonriendo, gimiendo
un poco. – Tómalas...
El moreno se las sujetó con las suyas, besándoselas
y lamiéndolas con fuerza. Lo volteó en la cama de forma un poco
más brusca pero sólo por lo excitado que estaba, penetrándolo
de nuevo, sujetando sus manos otra vez, haciéndole tocar su rostro
y empujándose con fuerza, rápidamente dentro de él, golpeando
su interior con su sexo. – Aguanta… – jadeó serio, mirando sus
ojos y aproximándose un poco para sentir su respiración. Sus manos
apoyadas a los lados del cuerpo del pelirrojo. Manteniéndose algo
alejado de él para poder verlo bien, el chico frunciendo un poco
el ceño de la excitación, su rostro rojo. Se notaba que hacía
un esfuerzo.
Dejó escapar el aliento por entre sus labios, gimiendo
finalmente mientras su cuerpo se arqueaba y estremecía por los
movimientos tan fuertes del moreno. Lo miró a los ojos, acariciándole,
sus manos resbalando hasta su cuello. Lo sentía arder, al igual
que su propia piel. Era muy atractivo, y más aún así, con ese
gesto. Le parecía extraño que estuviera con él.
Murakami sujetó su sexo con una mano, masajeándolo
y observando cómo se movía, llevado al límite, el gesto en su
rostro al aguantarse. – Así… te ves precioso…– jadeó, observando
sus ojos azules sin apartar la mirada un momento. Su propio cuerpo
al límite dentro del pelirrojo. – Córrete…– lo ayudó con su mano,
sus ojos sin apartar la mirada de su rostro. Jadeando con fuerza
mientras se corría dentro de él, las contracciones del chico apretando
su sexo de manera deliciosa, no comprendía quien querría por más
que no fuera más que sexo… perderse aquellos gestos y sensaciones.
Estaba ardiendo.
– Ahhh... – el chico gimió, corriéndose casi al
instante, sonriendo un poco. Casi se sentía enfebrecido mientras
el semen del moreno lo inundaba por completo. Era intenso, incluso
deseaba besarlo pero sabía que era estúpido. Jadeó, tratando de
calmarse, mientras sentía el peso de aquel hombre sobre su cuerpo,
cerrando los ojos. – ... ¿Satisfecho?
–…sí– se echó sobre su cuerpo cansado, apartándose
un poco en cuanto hubo recuperado fuerzas y miró la hora, aún
tenía un poco de tiempo. –Supongo que puedo ducharme ¿verdad?–
preguntó sin moverse de la cama aún.
– Por supuesto. – le aseguró, sonriendo y señalándole
una puerta. – Allí está el baño a menos que desees que me duche
contigo, pero eso no tendría mucho sentido supongo.
El moreno se rió, llevándose la mano a la frente
y mirándolo de soslayo. –No voy a limpiarme de haberte tocado,
estoy sudado… dúchate conmigo– le dijo luego, cogiendo un cigarro
y prendiéndolo sin dejar de mirar al chico. –¿Tienes clientes
fijos?
– Algunos... ¿piensas añadirte? – se levantó de
la cama, acercándose, como intentando convencerlo. No debía tener
pareja si no se duchaba para quitarse su olor... O tal vez no
le importaba.
– Mientras esté en Okinawa…– lo miró a los ojos.
Sería la primera vez que se acostaba dos veces seguidas con la
misma persona si es que finalmente volvía a llamarlo. – ¿Vas a
darme tu teléfono y decirme un nombre? ¿O me lo invento yo?
El chico se rió, tocándole una mejilla con el dedo.
– Me llamo Toru pero supongo que puedes llamarme como quieras....
y ya te doy mi número... – se alejó, buscando entre su ropa y
sacando su móvil, mostrándoselo. – ¿Puedo saber tu nombre también?
Así sabré que eres tú...
– Murakami Koza – Apuntó su teléfono y le sujetó
una muñeca, sentándolo en la cama y tirándolo de nuevo en el colchón.
– Me gustas, chico… Ven aquí… Te pagaré por hacerte perder el
tiempo, tranquilo…
– No me haces perder el tiempo. – sonrió, tocándole
el rostro de nuevo. – Creo que es un placer hacer negocios contigo,
Murakami-san.
– Sí…eh…– se rió con suavidad, con el cigarro entre
los labios. –Te lo haré de nuevo en la ducha… Toru-san…– murmuró
como si fuera una amenaza aunque ni mucho menos. –¿Cuánto cobras?
– 10,000 yenes la hora. – lo miró, preguntándose
si aceptaría. Muchos intentaban rebajarle el precio. Claro, él
no se veía como los demás. – Pero no me llames Toru-san... no
es necesario, ¿sabes? A menos que eso te guste...
– No me gusta… – murmuró con el cigarro en los labios,
entrecerrando un poco un ojo mientras dejaba salir el humo hacia
arriba. –Ganas bien… ¿te gusta lo que haces?
– ¿Que si me gusta? – le preguntó, sorprendido.
Ningún cliente le preguntaba eso, claro. – Has sido un cliente
muy agradable, no mentía respecto a lo del placer... – tanteó,
nervioso. No quería ofenderlo ahora.
– Sutil… me gusta…– se rió sacudiendo la ceniza
en un cenicero que seguro el chico no usaba. –Contesta con sinceridad,
he preguntado si te gusta tu empleo, no si te gustó hacerlo conmigo.
Toru suspiró, viendo que no tenía escapatoria. –
No... No me gusta... No sé a quien le gustaría algo así. Pero
es lo que hago. – admitió, cerrando los ojos.
– Hay gente a la que le gusta… la verdad… o que
mienten muy bien…– sonrió levemente y lo miró. – Eres guapo… y
joven, busca otro empleo… – se sentó en la cama, apagando el cigarro
en el cenicero y cogiendo su ropa de la silla.
– Muchas gracias, Murakami-san... –sonrió, pensando
que no tenía idea. Seguro jamás había pasado trabajo en su vida,
se veía como esas personas a las que no les niegan nada. De todos
modos, necesitaba ese empleo, necesitaba seguir viendo a Hayabusa-san.
– ¿Has cambiado de idea?
– No… pero llevaré la ropa al baño… no me gusta
mucho pasearme en cueros por las casas ajenas…– lo miró de soslayo
y le hizo una seña para que fuese con él. –Vamos, Toru… ven a
pasar esas manos por mi cuerpo…
– Con gusto, Murakami-san. – le sonrió de nuevo,
poniéndose de pie para seguirlo.
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