.The Hanged- Novela yaoi / homoerótica para mayores de edad.
 

Capítulo 47
If you are my cross, then you are my atonement

Saint entró en la iglesia, algo cansado de la noche tan horrible que habían pasado, ya que no había conseguido dormirse por mucho tiempo, a pesar de que tras llegar Karsten, todo se había detenido.

–Asusta hasta a los fantasmas... –murmuró para sí, pasando por el pasillito ya que no veía a Nathaniel, y mirando por la puerta entreabierta de su cuarto.

Se estaba cambiando, así que se esperó fuera, pensando que de nuevo lo pillaba en esa situación. Claro, debía haberse esperado afuera, pero ahora no podía despegar la mirada de sus manos mientras se cerraba el pantalón negro.

Nathaniel suspiró colocándose el crucifijo que ahora llevaba al cuello, tras haberle regalado aquel rosario a Saint. Se sentía algo nostálgico utilizando aquel colgante, ya que lo tenía desde que era pequeño prácticamente.

Salió de su habitación, cerrando la puerta y sobresaltándose al encontrarse con el albino.

–¡Saint! –se llevó una mano al pecho, sonriendo, a pesar de que había estado pensando mucho en lo sucedido.

–Nathaniel... –se abrazó a él, suspirando cansado y cerrando los ojos.

–¿Te sucede algo? –le preguntó, notando su actitud, tan distinta a la de siempre, y llevándolo consigo hacia los bancos de la iglesia.

–Hemos pasado una noche horrible. Creo que el fantasma de Albert nos odia, y atacó a Aya. Lo siento, le di el rosario, para que lo protegiese... –lo miró preocupado porque fuera a molestarse, la verdad es que ahora lo echaba de menos, pero en ese momento ni siquiera se lo había pensado mucho –Todo fue horrible, y el profesor Karsten no nos cree.

Nathaniel le acarició el rostro, sonriendo ligeramente.

–No te disculpes, eso sólo me demuestra que hice bien en darte ese rosario. Saint, ¿estás seguro de lo que dices? ¿No habrá sido una pesadilla?

–Ni de coña –le aseguró el chico, negando con la cabeza –. Los tres lo vimos, y se llevó la sábana, y luego tenía como... sangre seca. Aunque Karsten dijo que era una mancha de esas que no se van. Mentira –frunció el ceño, apoyándose en él –. ¿No puedes hacer nada? Tú me crees, ¿no? –lo miró a los ojos fijamente.

El rostro del cura cambió, enseriándose. Aquello lo asustaba. Saint podía ser muchas cosas, pero no le mentiría sobre algo así. Y luego de cómo le había insistido para que le diese ese rosario, mucho menos. Asintió con gravedad.

–Te creo. Si tú dices que lo viste, es porque lo viste, pero me gustaría hablar con Aya y con Christian también. Quisiera saber si los tres visteis lo mismo. En cuanto a lo demás, me habías pedido que bendijese tu su cuarto, ¿no? Si es Albert... tal vez sólo esté perdido. No creo que pueda odiaros.

–En realidad sólo atacó a Aya... le apretó el cuello... A mí no me dio tiempo a verlo bien, sólo que tenía a alguien encima, que de pronto desapareció, pero luego él me lo contó. Tenía marcas en el cuello además, trataba de ahogarlo –frunció el ceño, preocupado –. La cama temblaba, y Christian y yo nos pusimos a rezar... –suspiró con fuerza, mirando las manos de Nathaniel –Todo se detuvo cuando Karsten llegó.

–Hicisteis bien –le acarició el cabello, observando su rostro. No, definitivamente no le mentía –Bueno, tal vez se siente desplazado porque vosotros tenéis a Aya. En realidad... –bajó la mirada, sintiéndose triste por el chico, aunque ni siquiera estaba seguro de si aquellas suposiciones eran verdad. Si allí hubiese estado alguno de sus superiores, sin duda lo hubiera reñido por estar hablando de esas cosas, pero él no podía simplemente decirles que Dios no permitía esas situaciones. Le sonrió al albino, intentando animarlo –Hoy iré a bendecir el cuarto, ayudaremos a Albert a encontrar su camino. ¿Está bien?

El chico asintió con la cabeza, suspirando un poco y alzando la cara para besarle los labios.

–¿Ya te has arrepentido? –le preguntó al notar su reparo.

–No es eso. Es que... No sé si es buena idea, Saint. Me dejé llevar como un chiquillo –desvió la vista para que no lo mirase así. No quería lastimarlo, pero había sido un irresponsable.

–¿Buena idea? Esto no es un... cambio de clase o algo así. ¡No puedes pensártelo tanto! No puedes decir que simplemente no quieres seguir... porque quererme no es una buena idea –lo miró molesto, por no decir francamente enfadado.

–No me refiero a eso. Me refiero a tener una relación, Saint –lo miró, pensando que siempre se enojaba, pero eso sólo lo convencía más de que no estaba listo –. Piénsalo tú. ¿De verdad quieres estar con alguien a quien no puedes admitir en público? ¿Qué sucederá cuando tengas que ir a la universidad? ¿Qué crees que sucederá si alguien se entera?

–Claro que quiero... ¿¡A mí que me importa!? Podré presentarte a todo el mundo como mi amigo, no me va a hacer más feliz si los demás saben que eres mi novio o no. Lo saben quienes me importan, y sobre todo, lo sabemos tú y yo, el resto no me interesa lo que opinen –lo miró a los ojos como acostumbraba, casi sin detenerse, abordando las otras preguntas –. Cuando vaya a la universidad, pasará lo mismo que con cualquier otro novio que tenga que estudiar, luego vendré contigo otra vez, y en vacaciones estaré contigo, y... si alguien se entera... Me importa una mierda –zanjó ya un poco cansado.

–¿Te importará una mierda cuando me acusen de pecador? Me enviarán lejos, Saint. Eso es lo que sucederá si alguien se entera. Y eso en el mejor de los casos –le explicó, intentando hacerle comprender –. La novedad terminará pronto, no te va a gustar cuando quieras darme un beso y no puedas porque los demás se enterarían. Te conozco, no creo que puedas vivir a escondidas.

El albino suspiró con fuerza.

–Si nos descubren... pues dejas de ser cura, y ya no pueden llevarte a ningún lugar lejos de mí –lo miró a los ojos, sujetándole las manos con fuerza –. Puedo hacer lo que sea... quiero estar contigo.

–Saint –susurró devolviéndole la mirada y cerrando los ojos finalmente –. No puedo simplemente dejarlo...

–Dejarlo por mí, no es simplemente dejarlo. ¿Tú sabes lo que yo haría por ti? –le preguntó casi desesperado.

–¿Qué harías por mí, Saint? –volvió a mirarlo a los ojos. No se lo preguntaba para ponerlo a prueba, realmente quería saber lo que el chico estaba imaginándose.

–Lo que fuera... Haré lo que sea necesario –continuó obstinadamente.

–Lo que fuera..., pero no sabes qué –Nathaniel se soltó de sus manos para sujetarle la cara, sonriendo –. No te pediré que hagas nada si eso es lo que esperas. No quiero que tengas que hacer nada por mí. Nunca.

–Pero lo haré si quiero –apartó la mirada, enrojeciendo un poco porque lo tratase así, y mirándolo de nuevo, frunciendo el ceño como si aquello fuera algún tipo de lucha –. ¿Cómo qué? Dime algo que podría tener que hacer... y yo prometo contestarte sinceramente.

–No tengo ni idea, Saint –le contestó igual de sincero, poniéndose a pensar. Se puso serio de pronto, recordando aquella mirada de su pasado –. Si hubiese rumores, si las personas empezasen a decir cosas terribles de mí, ¿qué harías entonces, Saint?

–Te defendería –frunció el ceño, pensando que eso ya lo hacía ahora.

–¿Estas seguro de eso? ¿Aun si te trajese problemas a ti? ¿Realmente lo harías? –le preguntó sin dejar de mirarlo a los ojos.

–Claro que sí, a mí no me importa eso. ¿Sabes la de veces que he defendido a Chris? Me da igual... nada puede hacerme cambiar de idea –se giró un poco, mirando la figura de Jesucristo –. Él defendió a Dios, ¿no?, aunque decían cosas horribles de Él, y aunque lo torturaron y se murió por defenderlo. ¿Entonces por qué no crees que alguien podría sacrificarse de esa forma por ti?

–Porque yo no lo merezco –suspiró Nathaniel, bajando la mirada y pensando que no podía ganar de ninguna manera. Lo peor era que ahora escuchaba la voz de Martin en su cabeza. Necesitaba un analgésico –. Y no te merezco a ti.

–Eso es mentira... si te quiero es porque te lo mereces. Odio que te menosprecies... –lo miró a los ojos serio –Te quiero, más de lo que te podrá querer nadie, ni siquiera Dios te quiere como yo –frunció el ceño, sujetándole la mandíbula para besarlo profundamente.

Nathaniel se resistió por un segundo, antes de rendirse ante ese beso, abrazando al chico contra su cuerpo. No tenía fuerza de voluntad cuando se trataba de Saint.

–¿Ves? Me quieres demasiado... –dijo el chico, que no podía evitar asustarse cada vez que lo rechazaba. Lo besó de nuevo, abriéndole un botón de la camisa, y colando la mano para tocar su pecho.

–Saint –el cura le sujetó la mano para que no fuera más lejos. Sentía aquel roce cálido como si le llegase al corazón –. Por supuesto que te quiero.

El albino se rio un poco, sujetándole la mano con la otra, y apartándosela. Lo abrazó por si alguien entraba, y dejó de besarlo, simplemente tocando su pecho desnudo.

–¿No quieres que te toque? –rozó uno de sus pezones con los dedos, pellizcándolo un poco entre ambos.

–No, porque eso sólo traerá nuevos problemas –le contestó, aunque esta vez no le apartó la mano.

–Mentira... ya tenemos problemas, esto no hará la diferencia –se inclinó, abriendo otro botón y lamiéndole el pecho por el agujero que había abierto. Movió la tela para llegar hasta uno de sus pezones y lo besó, succionándolo como había hecho en el bus, pero esta vez piel contra piel. Era realmente excitante, estaba nervioso.

La respiración del cura se había hecho más pesada. Alzó los ojos observando al Cristo en la cruz y apartando a Saint para ponerse de pie –. Vamos, aquí no –susurró, tomándolo de la mano y guiándolo a su habitación.

–¿Eh? –el chico lo siguió, algo preocupado de pronto con la seriedad del asunto. Aun así continuó caminando, con las mejillas encendidas y la mirada un tanto expectante.

Nathaniel cerró la puerta una vez estuvieron dentro de su cuarto, besando profundamente al chico, a pesar de estar pensando que estaba loco. Se sentó en la cama, sonriendo.

–Lo lamento, es sólo que me sentía nervioso allí. No quiero añadir pecados a la lista.

–No, vale, claro... –le dijo nervioso, aproximándose a él y sentándose sobre sus piernas. Se quitó la camiseta y la dejó a un lado, cogiéndole las manos y apoyándoselas en su pecho. Le abrió la camisa del todo, quitándole el alzacuellos y riéndose un poco, a causa de los nervios.

El cura le acarició el pecho sintiendo su calor, poniéndose nervioso también. No tocaba a alguien así desde antes de entrar al seminario y de eso ya hacía muchos años.

El albino apoyó las manos en sus hombros, tumbándolo en la cama e inclinándose para besarle el cuello. Bajó por su pecho, lamiendo su abdomen y subiendo de nuevo, bajando una mano tímidamente entre sus piernas.

Un leve gemido salió por entre los labios de Nathaniel, mientras deslizaba sus manos por los hombros el chico, moviendo las piernas sin poder evitarlo. Se estaba dejando llevar de nuevo, como si las reglas no existiesen.

–Nathaniel... –le llamó entre sorprendido y orgulloso por haberle arrancado aquel gemido. Lo besó otra vez, apretando su sexo por encima de la tela, endureciéndolo con sus caricias, y sintiendo cómo el calor aumentaba. Se palpaba grueso y grande, necesitaba verlo. No pudo aguantar un segundo más sin escurrirse entre sus piernas, arrodillándose en el suelo y abriéndole la cremallera del pantalón negro.

–¡Saint! –el cura le gritó, alzándose sobre sus propios brazos, no porque el chico hubiese hecho algo mal, si no porque le ponía nervioso. Sin embargo, estaba respirando como si acabase de echarse una carrera.

–¿Qué? –le preguntó sorprendido –Sólo voy a ver... –dijo en tono casi de reproche, mirándolo un momento a los ojos, mientras levantaba la tela de la ropa interior, y bajando entonces la vista para observar aquel sexo del que parecía emanar calor. Su aspecto era mucho más adulto que el suyo, y las venas se abultaban increíblemente contra la piel más oscura en aquella zona.

Se levantó, abriéndose el pantalón y dejándolo caer, bajándose un poco los boxers. Su rostro estaba rojo, y se sentía perdido, aunque por algún motivo, siempre había pensado que aquello sería más fácil.

–Ven aquí –lo llamó Nathaniel, notando que estaba avergonzado y aproximándolo para que se colocase sobre él –. No tienes que hacer nada si no quieres... Eres muy guapo, Saint. Te quiero.

–Claro que quiero... sólo estoy nervioso –se acostó sobre él como le pedía, era la primera vez que sentía su cuerpo desnudo sobre el de otra persona de aquella manera, y se sentía arder. Rozó su sexo duro contra el abdomen del cura, moviéndose un poco y rozándolo contra el suyo después, estirando los brazos para poder mirarlo a los ojos de todas maneras.

Nathaniel bajó una mano sujetando ambos sexos y empezando a frotarlos, gimiendo ligeramente, a pesar de que continuaba mirando a Saint. Se veía increíble así sonrojado, con el cabello revuelto, y él se estaba acalorando cada vez más.

Los labios del chico se entreabrieron, respirando fatigosamente y moviéndose un poco dentro de la mano de Nathaniel, contra su sexo.
–No es como cuando yo lo hago... –le informó innecesariamente, doblando los brazos, algo tembloroso, succionando su cuello y tocándole los hombros, amarrándose a ellos con fuerza y moviéndose con algo más de ímpetu.

–Nunca es igual... –jadeó el cura, entrecerrando sus propios ojos y arqueando la espalda, intensificando los movimientos de su mano. Ambos sexos estaban erguidos y pulsando con ansias.

–Déjame probar... –le pidió, empujándole un poco la mano con la suya, sujetando ambos sexos duros y calientes, notando un estremecimiento recorrer su columna –La tienes más grande que en muchas películas –se rio un poco, aunque no dejaba de jadear –, no deberías ser un cura.

–No, debería ser actor... –gimió un poco luego de decir aquello, pensando estúpidamente que si hubiese sido un actor, no habría ningún problema con lo que estaba haciendo.

–¡No! –protestó gimiendo, rodeándolo con el otro brazo, y moviéndose a pesar de que su mano no se detenía –Eres mío sólo... –le besó el cuello, succionándoselo con fuerza.

Nathaniel se rio sin poder evitarlo, y lo sujetó por la cintura, colocando su otra mano encima de la que el chico tenía sobre los sexos, ayudándolo. Se arrepentiría después, pero no podría haberse detenido así se empezasen a caer las paredes de la iglesia.

–Malo... –protestó, sonriendo un poco, a pesar de que tenía el ceño fruncido por el placer. Deslizó la lengua por sus labios, empujándola y lamiendo la suya, notando como si su sexo ardiese contra el de Nathaniel. Se apretó de golpe, obviamente sin mucho control sobre su propio orgasmo, apretando las piernas contra las del hombre bajo él –¡Ah! Nathaniel... me voy a correr... –le advirtió, aunque ya era demasiado tarde, y el semen brotaba abundante entre los dedos de ambos.

Nathaniel gimió contra sus labios, sujetándole la nuca con la mano que antes había tenido sobre su cintura y besándolo profundamente, ahogando los gemidos del chico, a la vez que se dejaba llevar, corriéndose también. No tenía sentido esperar más, y aquello lo había excitado demasiado luego de todo ese tiempo.

Saint aún respiraba con fuerza, y observaba su rostro como hipnotizado, jamás, por más que lo hubiera imaginado una y otra vez, jamás había pensado que pudiera gemir así, y poner aquellas expresiones. Le mordió el labio inferior suavemente, besándolo de nuevo y separándose otra vez, sentándose sobre sus caderas y sujetando con su mano la del otro, observando el semen en esta.

–Dios... ah, no... –el cura se rio, enrojeciendo nervioso. ¿Qué le sucedía? ¿Estaba loco acaso? Sin embargo, se sentía feliz, liberado. Tomó una punta de la sábana para limpiar al chico.

–Malo... se veía sexy –se rio, acostándose sobre él y abrazándolo con fuerza –. Te quiero, no voy a lavarme la mano.

–Sí lo harás, no seas cochino –Nathaniel lo atrajo hacia él, girándose para quedar de lado y tumbar al chico –. Voy a irme al infierno por ti, Saint.

–A lo mejor es que yo soy un ángel enviado por Luci... –se rio mirándolo a los ojos y tocando con su nariz la de Nathaniel. Le pasó la mano por el costado, llevándose la otra a los labios con una sonrisa –. Huele a ti.

–¿Luci? –le preguntó, sin comprender a qué se refería de buenas a primeras y sujetándole la mano –. Pues no vayas impregnándolo todo de mi olor. Es... es sólo para ti.

–Vale –se rio, enrojeciendo y metiéndose un dedo en la boca.

–Bobo –se rio Nathaniel, abrazándolo contra sí y cerrando los ojos –. Realmente te amo, Saint. Pase lo que pase, no lo dudes.

–Yo también te amo –le dijo rojo a más no poder, rodeándolo con fuerza y acariciándole las piernas con la suya –. ¿Vendrás por la noche a hacer eso?

–Claro y mira... –se llevó las manos al cuello, quitándose el crucifijo que se había puesto antes. Sonrió un poco, por lo extraño que era entregarle todos sus colgantes al chico –Ya que le diste el rosario a Aya, toma esto. No quiero que estés desprotegido, y Aya probablemente estará asustado –le explicó, colocándolo en el cuello de Saint.

–¿Seguro que no lo necesitas? –le preguntó algo avergonzado de querer aceptarlo de todos modos.

–No te preocupes por mí. Además, siempre puedo pedir otro rosario. Este crucifijo me lo dieron el día de mi primera comunión, es algo mucho más personal que el otro.

–Oh... gracias –sonrió, abrazándolo con más fuerza y besándolo superficialmente, acurrucándose contra su pecho.

–Te amo, ya no... No voy a abandonarte nunca, Saint –le aseguró, serio y decidido. No iba a poder evitarlo por más culpable que se sintiese. Tal vez había más de un camino para redimirse, o tal vez sólo estaba inventando excusas. El caso es que fuese como fuese, era algo que ya no podía negar.

El albino abrió los ojos, sin despegarse de su piel, acariciándose contra su pecho, sentía ganas de llorar, pero no lo haría.

–Ni yo a ti.

Nathaniel acarició su cabello como había hecho en tantas otras ocasiones, sonriendo a pesar de todo. En su caso, las lágrimas sí bañaban sus mejillas, pero no emitió ningún sonido para que Saint no se percatase de eso. Por una vez, su llanto no era de dolor.


Continua leyendo!

 
 

Tambien puedes dejar tus comentarios y opiniones en la sección de este fic en el foro foro yaoi

yaoi shop, yaoi t-shirts, uke t-shirts, wings on  the back